sábado, 21 de diciembre de 2024

¿Hay una filosofía joseantoniana de la historia?


 

De José Antonio Primo de Rivera se ha escrito de todo. O casi de todo. Es de sobra conocida su aportación como fundador de Falange Española, la recopilación de la doctrina nacional-sindicalista, su fusión con las J.O.N.S. y la creación de eso a lo que muchos han considerado, erróneamente, la versión española del fascismo.

Sin embargo, el nacional-sindicalismo y el pensamiento joseantoniano van más allá de las aportaciones orteguianas a la concepción unitaria, vertebradora del estado, la unidad de destino en lo universal, la superación de la triple lucha (de clases, de partidos, de separatismos).

A pesar de ello, y aunque es de sobra conocido, José Antonio, además del sindicalismo y del tradicionalismo, bebe fuertemente de la filosofía alemana. De la filosofía nietzscheana, como casi todos los pensadores del siglo XIX y XX y de la filosofía de Spengler, a la que alude constantemente en sus escritos y discursos políticos. 

Casi tanto como su mención del liberalismo de Rousseau, para rechazarlo, es su mención a la filosofía spengleriana, para usarla como fuente de inspiración. 

Pero, ¿qué toma José Antonio de Spengler? Es conocido que Oswald Spengler realiza  uno de los mayores aportes contemporáneos a un nuevo intento de filosofía de la historia. Lo que, quizá, es  menos conocido fuera del entorno falangista y del pensamiento joseantoniano, es que José Antonio toma ideas de Spengler para hacer su propia y casi desconocida filosofía de la historia. O, al menos, un bosquejo, un dibujo de ésta en algunos de sus más conocidos discursos. 

Es bien conocido que ni el nacional-sindicalismo ni el falangismo originario tuvieron apenas tiempo de desarrollar algunas pinceladas de desarrollo teórico en los apenas tres años (1933-1936) que tuvo de vida, antes de que todos sus ideólogos (José Antonio, Onésimo Redondo, Ramiro Ledesma), cayeran muertos víctimas de las discordias de la guerra civil española.

En tan corto espacio de tiempo, los pensadores nacional-sindicalistas tuvieron que elaborar una dura batalla contra el tiempo no solo para plasmar y desarrollar de cero una nueva ideología, si no aplicarla y ejercer una militancia política en la España de su tiempo.

Aun así, como decimos, José Antonio tuvo tiempo de lanzar a la historia algunas ideas fundamentales. Algunas, como decimos, más conocidas que otras. Su filosofía de la historia, si es que existió y si es que él mismo quiso que existiera, lo cual está en debate como casi todo su pensamiento, apenas puedes vislumbrarse entre la maraña de papeles, discursos y escritos que dejó en su vida política.


1) Bajo el signo de Spengler

Es, como decimos, de sobra conocido que José Antonio tuvo una fuerte influencia en sus lecturas y en su formación política de las propuestas filosóficas del pensador alemán Oswald Spengler (1880-1936), muerto, curiosamente, el mismo año que él. 

Spengler, cuestionado y casi olvidado para la historia por sus relaciones ambivalentes y cuestionables con el nacional-socialismo alemán de Hitler, y partícipe de la generación de la “revolución conservadora”, según certifica la prestigiosa Encyclopaedia Britannica, contribuyó más que cualquier otro a tratar de levantar una moderna filosofía de la historia que no se basara en la división lineal-temporal clásica de las “edades” según la historiografía academicista, afirmando que “debido a que muchas civilizaciones pasan por un modelo cíclico vital, el historiador no solo puede reconstruir el pasado, si no predecir las formas espirituales, la duración, el ritmo  y el significado de las etapas de la historia occidental”, pasando a afirmar la conocida como “decadencia de occidente”, a través de sus dos volúmenes publicados a finales de los años 20, justo el periodo en que José Antonio acababa sus estudios universitarios de Derecho y se iniciaba en el mundo profesional.

Spengler rompe de una forma asombrosa e inédita con toda la corriente historiográfica existente hasta el momento. Es en ese amplio marco teórico filosófico-historiográfico en el que se mueve y aparece la obra y la aportación de Spengler a finales de los años 20, que liquida el modelo lineal clásico de edades cuando publica sus dos volúmenes de “La decadencia de occidente”.

Ya en su introducción, Spengler afirma que;

“El esquema edad antigua-edad media-edad moderna es, en su forma primitiva, una creación del sentimiento semítico que se manifiesta primero en la religión pérsica y judía y que adopta la forma de una historia universal  en las religiones pos cristianas de oriente.

En esta imagen del mundo, aparecen la edad antigua y la edad moderna como la oposición, entonces tan obvia, entre pagano y cristiano, antiguo y oriental, y esta oposición se alarga y se transforma en una concepción temporal, en un proceso de superación del uno por el otro”.

Así mismo, intenta otorgar a la historia, como luego hará el nacional-sindicalismo, una significación más amplia, afirmando que;

“Todo, sea lo que fuere, debe ser también expresión de algo que vive. Los conocimientos y las valoraciones son también actos de hombres vivos. La morfología de la historia universal se convierte necesariamente en una simbólica universal”.

Una vez aclarados o introducidos algunos conceptos o ideas claves, Spengler explica cual es su morfología de la historia, ya en el segundo libro;

“Toda existencia, ya sea activa, ya sea contemplativa, camina por época hacia su perfeccionamiento.

Todo lo que sabemos del hombre se agrupa claramente en dos grandes edades. Los límites entre los cuales vemos encerrada la primera edad son, ese gran recodo del sino planetario, que llamamos hoy principios de la época glacial, y de otra parte, el comienzo de las grandes culturas a orillas del Nilo y del Éufrates, que señala un cambio súbito de sentido en la existencia humana.

La primera edad es la de la cultura primitiva. La cultura primitiva era algo fuerte y conjunto, lleno de vida y eficacia, pero tan diferente de las posibilidades psíquicas que atesoramos nosotros, hombres de una cultura superior. El hombre vivía entonces en muy escaso número de pequeños grupos.

Esta cultura primitiva constituye el fondo de donde súbitamente nacen la cultura egipcia y la babilónica.

La aparición súbita del tipo de la gran cultural dentro de la historia humana, es un accidente casual cuyo sentido no podemos comprobar. Pero el hecho de que ante nosotros se ofrece el espectáculo de ocho grandes culturas, nos permite hacer un estudio comparativo y nos da un conocimiento que se extiende hacia atrás y hacia adelante”.

Para Spengler, en esta segunda edad de la civilización, habrían hasta ocho grandes culturas que serían la egipcia, mesopotámica, india, china, mediterránea (greco-romana), árabe, mejicana y la cultura occidental final.

Prosigue el autor alemán, afirmando que estas culturas nacen, se desarrollan y mueren, generalmente, además, por contacto con otras culturas, que robarían sentido y significado a la propia existencia de cada una de ellas, que busca el sentido en sí misma;

“Esta es la mejor prueba de que la historia humana carece de sentido. Solo en los ciclos vitales de las culturas particulares hay una significación profunda. Pero en las relaciones entre unas y otras no tienen significación, son puramente accidentales”.

Además, según Spengler, y aquí volvería a entroncar con uno de los más básicos ideales joseantonianos, que se asemejan hasta en el nombre;

“Un pueblo es una unidad de alma. Los grandes acontecimientos de la historia no son propiamente obra de los pueblos, más bien diríamos que son los pueblos obra de los acontecimientos. La experiencia íntima del nosotros, es siempre la que distingue a un pueblo de una población. Cuanto más profundo sea ese sentimiento del nosotros, tanto más fuerte es la energía vital del lazo”.

Es, de alguna forma, otra forma de ver y entender la unidad de destino en lo universal, el proyecto común de colectividad, de nosotros, de pueblo.

En resumen, el filósofo considera, sobre la historia, nuevamente que;

“Esta imagen del mundo humano está destinada a deshacer el esquema edad antigua-edad media-edad moderna, esquema que todavía perdura en los mejores espíritus. Y ante ella resulta posible dar una contestación nueva a la vieja pregunta, ¿qué es la historia?”.

La última de estas culturas, para él, sería la actual, la cultura occidental que, en su época, en los años 20, se manifiesta como “la dictadura del dinero”, que presentaría una batalla final;

“Ha de extinguirse tan pronto como haya sido pensado hasta sus últimos confines el mundo económico. El dinero se halla al término de sus éxitos y comienza la última lucha, en que la civilización recibe su forma definitiva; la lucha entre el dinero y la sangre.

El advenimiento del cesarismo quiebra la dictadura del dinero y de su arma política, la democracia. La espada vence sobre el dinero, la voluntad de dominio vence a la voluntad de botín. Un poder solo puede ser derrocado por otro poder, y no por un principio. 

No hay otro poder que pueda oponerse al dinero, sino ese de la sangre. Solo la sangre superará y anulará al dinero. La vida es lo primero y lo último.

La historia universal es el tribunal del mundo: ha dado siempre la razón a la vida más fuerte, más plena, más segura de sí misma”.

La única salida, pues, a la decadente cultura occidental de la dictadura del dinero, serían, pues, los ideales de la sangre, del pueblo, de un “cesarismo” que suprimiera el capitalismo y la democracia liberal. La dictadura del más fuerte, en definitiva. 

Muy al hilo de los vientos totalitarios que vivía la Europa de los años 20 y en la que su propia patria, Alemania, no tardaría también en sumergirse apenas unos años después de escribir estas líneas. 

Un espejo, en tantos sentidos, donde otros filósofos y pensadores occidentales, como José Antonio, se mirarían para formular sus propias teorías y visiones de la historia.


2) Sobre una posible filosofía joseantoniana de la historia.


Es también sabida la herencia intelectual que José Antonio o Ramiro Ledesma, o tantos otros intelectuales españoles tuvieron no solo con Spengler si no con Ortega y demás pensadores de la regeneración española de entre siglos. Sin embargo, la filosofía de la historia joseantoniana, insistimos, si es que existe, se trazó poco a poco, al calor de los acontecimientos, al calor del desarrollo mismo del nuevo ideal nacional-sindicalista que se iba cocinando a fuego lento en la olla a presión de la República y de la turbulenta Europa de los años 30.

Es en ese caldero que bebía a tres bandas del liberalismo burgués, del totalitarismo nazi-fascista y del comunismo soviético, donde se va a forjar la batalla de las ideas también en España. Y donde José Antonio va a ir dibujando, en sus mítines, discursos y escritos parlamentarios, su teoría del estado y de la historia de España.

Son muchos los textos y discursos de José Antonio que recogen referencias al respecto, pero hemos decidido seleccionar los que más directamente hacen referencia a su visión de la historia.

En primer lugar, y al igual que Spengler, cabe analizar qué entiende José Antonio por nación o pueblo, para poder hacer una filosofía de la historia de las naciones. Ello lo expone claramente el español en su “Ensayo sobre el nacionalismo”, publicado en la Revista JONS;

“El pueblo, en su forma espontánea, no es sino el substratum de la sociedad política. Desde aquí, conviene usar ya la palabra nación, significando con ella precisamente eso, la sociedad política capaz de  hallar en el Estado su máquina operante.

Un pueblo  no es una nación por ninguna suerte de justificaciones físicas, colores, o sabores locales,  sino por ser otro en lo universal, por tener un destino que no es el de las otras naciones. Solo aquellos que cumplen un destino histórico diferenciado en lo universal”.

Como ya dijimos, en este texto teórico fundamentador de sus tesis sobre la unidad de destino en lo universal como definición de pueblo o nación, se puede encontrar una herencia clara, pero más refinada, más pulida, y aplicada a lo nacional de la tesis de Spengler de la unidad de alma, del sentimiento del nosotros.

En lo referido ya específicamente a la visión joseantoniana de la historia, la fundamentación más clara y completa de este concepto lo encontramos en el texto “España y la barbarie”, una conferencia pronunciada en el Teatro Calderón de Valladolid en 1935.  Al igual que para Spengler, para José Antonio la historia también se divide en dos edades;

“Las edades pueden dividirse en clásicas y medias. Éstas se caracterizan porque van en busca de la unidad, aquellas son las que han encontrado esa unidad. Las edades clásicas, completas, únicamente terminan por consunción, por catástrofe, por invasión de los bárbaros. Roma nos presenta ese proceso.

Estamos ahora al fin de una edad que siguió tras la Edad Media. Destruida Roma, empieza como un barbecho histórico. Luego empiezan a germinar nuevos brotes de cultura. Las raíces de la unidad van prendiendo por Europa. Pronto se realizará el Imperio español, que es la unidad histórica, física, espiritual y teológica.

Hacia la tercera década del siglo XVIII empiezan las congojas. Rousseau representa esta negación, y porque pierde la fe de que haya verdades absolutas crea su contrato social. Y lo que se creyó progreso indefinido estalla en la guerra de 1914, que es la tentativa de suicidio de Europa.

En esta situación, perdida toda fe en los principios eternos, ¿qué se avecina para Europa? Se avecina, sin duda, una nueva invasión de los bárbaros. 

Pero hay dos tesis; la catastrófica que ve la invasión como inevitable y la tesis nuestra, que aspira a tender un puente sobre la invasión de los bárbaros, salvar los valores espirituales de la civilización. Tal es nuestra nueva tarea ante el comunismo ruso, que es nuestra invasión bárbara”.

Así, mientras que para Spengler había dos edades (la primitiva y la histórica, a su vez, con ocho culturas que germinan en la occidental actual decadente, que solo se salvará con la sangre y la superación del liberalismo y del capitalismo), para José Antonio estas dos edades, aun más cíclicas y genéricas que el modelo spengleriano, y que se repetirían eternamente, se resumen en edades clásicas y medias. 

Para él, Roma fue una edad clásica, completa, plena. Tras su derrumbe, arranca una edad media, literal y conceptual, basada en la búsqueda del destino y los valores occidentales, que concluye en la edad moderna y en el imperio español así como en la iglesia católica universal como nueva edad clásica, completa, plena. Europa y España por fin se han encontrado y han obtenido su plenitud de identidad y destino.

Esa nueva edad clásica, esa nueva Roma, empieza a declinar en el siglo XVIII;  el liberalismo, la ilustración y las guerras civiles lo han destruido y, al igual que Spengler, se encuentra en decadencia, en una nueva edad media que amenaza con poner un fin definitivo con el peligro del comunismo ruso, que equipara a las invasiones bárbaras que finiquitaron la edad clásica romana. 

Y vuelta a empezar. Es un ciclo eterno de edades clásicas y medias, que sin embargo, y al igual que afirmaba Spengler, puede tener una salvación.

Para el alemán, igual que para el español, la decadencia es evitable. Para el alemán, el cesarismo y la sangre, la idea totalitaria puede acabar con la decadencia que impone el capitalismo y el parlamentarismo. 

Para el español, la lucha principal o, usando terminología marxista, la contradicción principal, sin desdeñar la amenaza capitalista, es la salvación de los valores espirituales frente a la amenaza soviética.

Vuelve a ahondar en esta idea decadente José Antonio en su texto “La tradición y la revolución", prólogo del libro ¡Arriba España! de Pérez de Cabo, afirmando que;

“Asistimos al final de una época es cosa que ya casi nadie se atreve a negar. Ha sido una época, esta que ahora agoniza, corta y brillante. Su nacimiento se puede señalar en la tercera década del siglo XVIII. El siglo XIX, bajo la sombra de Smith y Rousseau, creyó que dejando las cosas a sí mismas producirían los resultados mejores.

Lo cierto es que el brillo magnífico del liberalismo político y económico duró poco tiempo. He aquí la tarea de nuestro tiempo: devolver a los hombres los sabores antiguos de la norma y del pan. La norma es mejor que el desenfreno y en lo económico, volver a poner al hombre los pies sobre la Tierra”.

Este texto es aun más spengleriano incluso, ya que literalmente pone el foco en los mismos aspectos que el anterior, la decadencia de la edad actual, occidental o clásica en términos joseantonianos, provocada por el liberalismo y la democracia.

Pero siempre hay una esperanza. Para Spengler, dijimos, era la sangre. José Antonio expone la suya en el “Discurso de clausura del II Consejo Nacional de Falange” del Cine Madrid de 1935;

“Concluye una edad que fue de plenitud y se anuncia una futura edad media, una nueva edad ascensional. Pero entre las edades clásicas y medias ha solido imponerse una catástrofe, una invasión de los bárbaros.

Pero en las invasiones de los bárbaros se han salvado siempre las larvas de aquellos valores permanentes que ya se contenían en la edad clásica anterior. Los bárbaros hundieron el mundo romano, pero he aquí que con su sangre nueva fecundaron otra vez las ideas del mundo clásico.

En la revolución rusa, en la invasión de los bárbaros a que estamos asistiendo, van ya, ocultos y hasta ahora negados, los gérmenes de un orden futuro y mejor. Tenemos que salvar esos gérmenes, y queremos salvarlos. Esa es la labor que corresponde a España y a nuestra generación, pasar de esta última orilla de un orden económico que se derrumba, a una orilla fresca y prometedora del orden que se adivina”.

La solución para ambos, se encuentra, al final, en una solución que vuela con los aires que soplan en los vientos de la Europa de los años 30. Un cesarismo más clásico en Spengler, para frenar la decadencia de occidente y de la última gran cultura. 

Un sistema armonioso, una empresa de unidad de destino basada en la nación, en la familia, el municipio y el sindicato para frenar la definitiva decadencia de la edad clásica occidental a que asiste José Antonio. 

Decadencia que es ya inevitable y que solo ascenderá de grado de edad media decadente a una nueva edad clásica, plena, que renueve el inevitable ciclo de la historia y que, sin embargo, él nunca llegó a contemplar. Como a tantos otros, le arrolló la invasión de los bárbaros.


Fuentes

-Encyclopaedia Britannica

-Oswald Spengler. “La decadencia de occidente”.

-José Antonio Primo de Rivera. “Textos de doctrina política”.


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