viernes, 22 de junio de 2018

La restauración del Castillo de los Mendoza


Manzanares el Real, centro histórico de la región histórica del Real de Manzanares, gozó de gran importancia y preeminencia en la provincia de Madrid desde épocas medievales.

En el siglo XIII la sierra de Madrid se vio poblada por numerosos pastores segovianos, que inician los primeros asentamientos estables y permanentes en  Manzanares  que, a partir de 1248 es repoblada por los segovianos en ausencia de los madrileños, que están luchando en la reconquista del sur peninsular. 

Este fenómeno desencadenará, entre mediados del siglo XIII hasta finales del siglo XV un proceso de enfrentamientos y luchas entre Segovia y Madrid por los pastos y la propiedad de la zona de Manzanares. De este periodo de litigios y luchas entre segovianos y madrileños por la titularidad de las tierras de Manzanares ( que llegaron a enfrentamientos, quemas de chozas y violencias fuertes) se pone fin rápidamente  cuando el rey Alfonso X el Sabio tomó, en torno a 1275, la zona de Manzanares para la corona castellana llamándose desde entonces  “El Real de Manzanares”.

Iñigo López de Mendoza fue de todos, el más notable e importante de los señores del Real de Manzanares,  de forma que, además de gran poeta y escritor, fue un notorio guerrero y señor feudal, siendo nombrado en vida con casi todos los grandes títulos que irán heredando sus sucesores a lo largo de la historia; I Marqués de Santillana, y I Conde del Real de Manzanares.

Es Diego Hurtado, I Duque del Infantado quien inicia la construcción del Castillo de Manzanares el Real (1475-1480), el monumento más importante del municipio y del Real de Manzanares, desde donde se ejercía el todopoderoso imperio territorial de los Mendoza en el norte de Madrid.

Será su hijo, Iñigo López de Mendoza y Luna, II Duque del Infantado, quien completaría el embellecimiento monumental de la capital del Real de Manzanares, terminando la construcción del Castillo Nuevo (especialmente la parte de la galería de Juan Guas).

El Castillo, a pesar de los esfuerzos de sus dueños, los Duques del Infantado, fue cayendo en progresivo olvido, hasta que en el siglo XX sufre dos grandes restauraciones que rescatan gran parte del monumento y le dan el aspecto que posee a día de hoy.

El primero de ellos tiene lugar en la primera década del siglo XX por parte del arquitecto y restaurador Vicente Lampérez y Romea, quien restaura el exterior y las bases del edificio. La segunda gran restauración la llevará a cabo en los años 60 y 70 el también arquitecto José Manuel González Valcárcel.

Sobre esta segunda y definitiva restauración, que transforma totalmente en edificio y lo hará turísticamente visitable, hablaba así el Blanco y Negro de junio de 1977



Sin embargo, la calificación del autor del artículo, José María Ballester, de la situación previa a la restauración del castillo por parte de Valcárcel como de "ruina progresiva" no gustó demasiado al entonces Duque del Infantado, y propietario del mismo, Iñigo de Arteaga y Falguera, que pocos días después publicaba una nota aclaratoria en el mismo periódico sobre la restauración del castillo, que desmentía que estuviera en ruina progresiva, defendiendo la acción restauradora acometida por su padre, el entonces Duque del Infantado Joaquín de Arteaga, quien en 1915  inició, a manos de Vicente Lampérez la primera gran reforma y restauración del mismo, y que aclaraba dicho error en las páginas del cultural de la siguiente manera.



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