Uno de los grandes males que afecta a día de hoy a la democracia española, conformada a partir de 1975 sobre las cenizas de los 40 años del régimen franquista, sin duda alguna, ha sido y es la baja credibilidad de los partidos políticos, en parte por la corrupción, institucionalización y elitización a que han sido sometidos después de 40 años de poder bipartidista entre la derecha y la izquierda moderadas (AP/PP-PSOE), y que han derivado desde el año 2014-2015 en la aparición de movimientos políticos que han reaccionado contra esta elitización de la vida política española en la actual democracia (PODEMOS, Ciudadanos, VOX, candidaturas municipales unitarias….).
Sin embargo, este mal, surgido directamente sobre la base del bloque bipartidista nacido de la transición, y que nos lleva a preguntarnos seriamente si el bloque bipartidista experimentó una ruptura real con los métodos las formas del viejo régimen franquista o si realmente ha perdido el espíritu franquista de elitización del poder y se ha adaptado a la democracia, no es nuevo, para nada en la vida política española, ni lo son sus consecuencias contundentes en la institucionalidad en los dos últimos siglos.
En los turbulentos siglos XIX e inicios del siglo XX español, la constante lucha entre facciones políticas condujo a una clara inestabilidad política en el país. Con el fin del absolutismo monárquico en 1820-1823 provisionalmente, y a partir de 1833 definitivamente, empiezan a surgir en el país infinidad de partidos y corrientes políticas que hacían ingobernable la nación, en base a constantes luchas y enfrentamientos de poder que hacen, incluso a los historiadores, difícil poder definir una línea explicativa o enumeración breve de la multiplicidad política; doceañistas, ventieañistas, moderados, progresistas, unionistas, demócratas, cimbrios, radicales, republicanos de diversa índole (unitarios, federales…), constitucionales….
Esta multiplicidad de corrientes y agrupaciones políticas diversas se hizo especialmente marcada durante el llamado sexenio revolucionario (1868-1874), en la que una llamada coalición revolucionaria liderada por los unionistas liberales, los progresistas, los demócratas y los republicanos liderados por Serrano, Prim, Ruiz Zorilla, Rivero, Martos, Pi y Margall o Castelar desplazan del poder a la reina Isabel II y abren un periodo de 6 años caóticos con una revolución insurreccional (1868), una constitución (1869), una regencia (Serrano, 1869-70), un rey extranjero (Amadeo de Saboya, 1871-73) y una república (1873-1874), la primera en toda la historia de España, motivada por el desgobierno, la corrupción y la crisis política durante los años del reinado isabelino.
Este periodo tenso e incierto, con tal cantidad de inestabilidades políticas y manejado por una amplia variedad de partidos y corrientes políticas, que se cristalizaron en la inestabilidad interna de la propia República, atacada a derecha (carlistas, monárquicos…) y a izquierda (cantonalismo) y dividida fieramente entre federales y centralistas condujo a la clase política del país a buscar una fórmula de gobierno más estable.
Con el golpe de estado del General Pavía en enero de 1874, se ponía fin definitivo al experimento revolucionario y republicano y se establecía una dictadura militar liderada por el General Serrano, antiguo regente en el sexenio pero que mostraba ahora su espíritu más conservador y allanaba el terreno para una restauración de la monarquía en la figura de Alfonso XII, el hijo de la última reina Isabel.
La doble maniobra monarquía del Manifiesto de Sandhurst (1 de diciembre) firmado por el joven heredero al trono, y el definitivo pronunciamiento militar de Sagunto (29 de diciembre) liderado por Martínez Campos proclamaron definitiva y formalmente el inicio del reinado de Alfonso XII entre 1874-1885, 11 años de reinado que, pese a las turbulencias y oposiciones políticas (de la oposición carlista, republicana y socialista), gozaron de una inédita calma y estabilidad institucional y política, sin precedente en los años previos de los gobierno monárquica, en parte debido a la emergencia de un nuevo fenómeno que, con caras y nombre diferentes, en épocas alejadas y distancias ha permanecido en esencia y espíritu hasta nuestros días; el bipartidismo.
Este sistema bipartidista, en el que aún hoy seguimos viviendo casi 200 años después, se fundamentaba en el entendimiento de los dos grandes partidos oligárquicos del momento, el conservador (liderado por Antonio Cánovas del Castillo) y el liberal (heredero el partido constitucional de Práxedes Mateo Sagasta y del partido liberal-fusionista), en la supuesta existencia de elecciones libres, parlamentos y hasta una constitución (1876), pero todo ello irreal, ya que la constitución era una carta en blanco que no se cumplía por la ausencia de una libertad política real, el parlamento un falso consenso donde solo estaban representadas las élites (aun cuando años después entrara de forma testimonial el PSOE de Pablo Iglesias), las elecciones estaban amañadas y orientadas para que salieran siempre los mismos partidos de la oligarquía, y la represión y la censura contra la oposición (carlistas, republicanos, obreros...) estaba a la orden del día.
A la cabeza de este nuevo sistema estaba especialmente el conservador malagueño Antonio Cánovas del Castillo, político e historiador (autor de unos “Apuntes para la Historia de Marruecos” y una “Historia de la decadencia de España”), que se inicia en política, como afirma Carlos Seco Serrano, de la mano del líder General Leopoldo O´Donell en las filas del liberalismo dinástico con su famoso “Manifiesto de Manzanares” y a través de la Unión Liberal.
Con la caída de la monarquía isabelina y los excesos ya mencionados de la experiencia revolucionaria, Cánovas vira al conservadurismo y será el puntal de un nuevo concepto político de la mano de los liberales de Sagasta, el bipartidismo y turismo de partido. Es lo que se conoce como “el pucherazo” o el “caciquismo”. Las bases de este sistema estaban en el fraude electoral de los caciques locales y estatales. Desde los grandes centros de poder urbano, donde estaban las sedes centrales de los dos grandes partidos de la oligarquía, se decidía y preparaban las próximas elecciones, dejando todo listo para que fueran amañadas convenientemente.
Ello se transmitía a los caciques locales y regionales de todo el país, que se encargaban de que los resultados planeados salieran: cambio de votos, amenazas y extorsiones, votos fraudulentos. Por lo tanto, la existencia de un bipartidismo político (dominado por los conservadores y liberales de Cánovas y Sagasta, con algunas breves excepciones como Joaquín Jovellar o Martínez Campos, que, entre ambos dominaron durante los 11 años de reinado Alfonsino más de 10 años de gobierno) de tipo personalista y un control económico por parte de unas pocas oligarquías, hunde sus raíces en la más cercana historia del pasado reciente español.
Si bien desde la transición española a partir de 1977 la manipulación electoral no existe en el actual bipartidismo, la esencia del predominio de dos grandes bloques monolíticos (más o menos hegemónicos desde la irrupción de nuevos partidos a partir de 2014-2015 pero que siguen dejando el liderazgo efectivo del gobierno nacional en ambos) para controlar la vida político-económica del país sigue intacto.
El bloque de dominio político bipartidista, oficial desde 1874, se asentó definitivamente a partir del fallecimiento del rey Alfonso XII en el Palacio de El Pardo de Madrid el 25 de noviembre de 1885 y el establecimiento de la Regencia de su mujer, la Reina María Cristina de Habsburgo desde el fallecimiento de su marido, el Rey, en 1885 y hasta la proclamación de su hijo, Alfonso XIII como Rey de España en 1902, y se “oficializa” con el conocido como “Pacto de El Pardo” (que, según Manuel Tuñón de Lara, no fue tal), un acuerdo tácito entre Cánovas y Sagasta para apoyar la regencia cristina, y blindar institucionalmente el poder político con la estabilidad del bipartidismo, como se evidencia en la prolongación del turnismo de partido conservar y liberal (desde 1902, ya sin ambos líderes, desaparecidos de la vida política) con otras caras y nombres, de forma directa entre 1885 y el golpe de estado y gobierno militar del General Miguel Primo de Rivera en 1923.
Este bipartidismo político, nacido al calor de la restauración borbónica en 1874, y vigente hasta 1923, se interrumpió con las alteraciones políticas que vive España entre 1923-1939 (una dictadura militar sin partidos políticos entre 1923-1930, una república multi y pluripartidista entre 1931-1939 y la guerra civil) y se suprime temporalmente durante los 40 años de régimen franquista monolítico, en el que el Movimiento Nacional domina hegemónicamente un país gobernado con unas cortes ficticias que no respondían a la soberanía nacional, aunque tampoco lo hicieran, realmente, durante los años del bipartidismo constitucional decimonónico. Con el restablecimiento de la democracia en 1975 y las primeras elecciones libres en 1977, se ve la necesidad de dotar al país nuevamente de estabilidad, blindar a la nueva monarquía de fortaleza política y evitar el caos multipartidista del periodo republicano, y la enorme polarización social que surgió de él, con resultado de sobra conocido.
Para ello, se ponen las bases de un nuevo bipartidismo, heredero en espíritu y sentido del canovista, pero renovado, modernizado, democratizado y actualizado. Métodos diferentes, pero misma esencia. Y así, los partidos políticos, teóricamente rupturistas, renovados y renovadores a derecha e izquierda nacidos al calor de la explosión de libertad despertada en el país a partir de 1975 se iban estabilizando y el bloque hegemónico post-franquista de 1975 exigía dos bloques políticos grandes, moderados y al servicio del estado y de la corona.
Se buscaba, pues, la “domesticación” política de los partidos políticos para evitar un nuevo caos como el de inicios del siglo XX, y se pone en marcha rápidamente lo que el sociólogo y politólogo Robert Michels llamaba “la ley de hierro de la oligarquía”, esto es, la ausencia real de una democratización real de las instituciones políticas, la tendencia innata e inevitable a la creación de oligarquías de poder en los partidos políticos y la necesidad de un liderazgo.
Así, sería más o menos inevitable la existencia en toda democracia de un grupo hegemónico, más o menos monolítico o bipartidista, oligárquico y minoritario que gobierne y ejerza el mando por encima de la sociedad, y que guíe y lidere la sociedad, forjándose progresivamente una separación inevitable entre la oligarquía dirigente de los partidos y las masas votantes (lo que actualmente se denominaría “la casta política”).
El propio Michels afirmaba que “la democracia tiene una preferencia típica por la solución autoritaria de cuestiones importantes”, y en lo relativo a las oligarquías partidarias, afirmaba que “cuando los líderes, ya sea de la burguesía o clase trabajadora, se vinculan al organismo del partido, su interés coincide con el interés del partido. El partido fue creado como un medio para lograr un fin, pero al haberse transformado en un fin en sí mismo, experimenta un distanciamiento de la clase que representa”, y “los hombres que lo conducen, terminan por experimentar un distanciamiento gradual de las masas”, algo inevitable y hasta casi predeterminado para Michels, al afirmar que hay pueblos que “exhiben un grado notable de necesidad de que alguien señale el camino e imparta órdenes” y hasta “una predisposición psíquica a la subordinación”, no muy diferente a lo que el psicólogo Erich Fromm denomina “el miedo a la libertad”, donde establece que el hombre ha tendido históricamente a la libertad, pero que por su inseguridad rehuye de ella fortaleciendo modelo autoritarios que trata de encauzar en lo que él llamaba los "mecanismos de evasión” que eran el autoritarismo (a través de la sumisión) y en lo que Fromm llama “el conformismo compulsivo automático que prevalece en nuestra democracia”.
Fuentes;
-"Historia de España". Pierre Vilar.
-"Historia de España". Manuel Tuñón de Lara, Julio Valdeón, Antonio Domínguez Ortiz, Secundino Serrano.
-"La construcción del Régimen del 78". Guillermo Fiscer.
-"Los partidos políticos”. Robert Michels.
-"El miedo a la libertad". Erich Fromm.
-"El miedo a la libertad". Erich Fromm.
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