sábado, 26 de octubre de 2019

El estado absoluto



"El fin del Estado es, particularmente, la seguridad. La causa final, fin o designio de los hombres (que naturalmente aman la libertad y el dominio sobre los demás) al introducir esta restricción sobre sí mismos (en la que los vemos vivir formando Estados) es el cuidado de  su propia conservación y, por añadidura, el logro de una vida más  armónica; es decir, el deseo de abandonar esa miserable condición de guerra que, tal como hemos manifestado, es consecuencia necesaria de  las pasiones naturales de los hombres, cuando no existe poder visible  que los tenga a raya y los sujete, por temor al castigo, a la realización de sus pactos y a la observancia de las leyes de naturaleza.

El único camino para erigir semejante  poder común, capaz de defenderlos contra la invasión de los extranjeros y contra las injurias ajenas, asegurándoles de tal suerte que por su propia actividad y por los frutos de la tierra puedan nutrirse a sí mismos y vivir satisfechos, es conferir todo su poder y fortaleza a un hombre o a una asamblea de hombres, todos los cuales, por pluralidad de votos, puedan reducir sus voluntades a una voluntad. 

Esto equivale  a decir: elegir un hombre o una asamblea de hombres que represente su personalidad; y que cada uno considere como propio y se reconozca a sí mismo como autor de cualquiera cosa que haga o promueva quien representa su persona, en aquellas cosas que conciernen a la paz  y a la seguridad comunes; que, además, sometan sus voluntades cada uno a la voluntad de aquél, y sus juicios a su juicio. Esto es algo más que consentimiento o concordia; es una unidad real de todo ello en  una y la misma persona, instituida por pacto de cada hombre con los demás, en forma tal como si cada uno dijera a todos: autorizo y transfiero a este hombre o asamblea de hombres mí derecho de gobernarme a mi mismo, con la condición de que vosotros transferiréis a él vuestro derecho, y autorizaréis todos sus actos de la misma manera. 

Hecho esto, la multitud así unida en una persona se denomina ESTADO, en latín, CIVITAS. Esta es la generación de aquel gran LEVIATÁN, o  más bien (hablando con más reverencia), de aquel dios mortal, al cual debemos, bajo el Dios inmortal, nuestra paz y nuestra defensa. Porque en virtud de esta autoridad que se le confiere por cada hombre particular en el Estado, posee y utiliza tanto poder y fortaleza, que por el terror que inspira es capaz de conformar las voluntades de todos ellos para la paz, en su propio país, y para la mutua ayuda contra sus enemigos, en el extranjero. 

Y en ello consiste la esencia del Estado, que podemos definir así: una persona de cuyos actos se constituye en autora una gran multitud mediante pactos recíprocos de sus miembros con el fin de que esa persona pueda emplear la fuerza y medios de todos como lo juzgue conveniente para asegurar la paz y defensa común. El titular de esta persona se denomina SOBERANO, y se dice que tiene poder soberano; cada uno de los que le rodean es SÚBDITO Suyo. 

El legislador en todos los Estados es sólo el soberano, ya sea un hombre como en la monarquía, o una asamblea de hombres como en una democracia o aristocracia. Porque legislador es el que hace la ley, y el Estado sólo prescribe y ordena la observancia de aquellas reglas que llamamos leyes: por tanto el Estado es el legislador. Pero el Estado no es nadie, ni tiene capacidad de hacer una cosa sino por su representante (es decir, por el soberano), y, por tanto, el soberano es el único legislador. Por la misma razón, nadie puede abrogar una ley establecida sino el soberano, ya que una ley no es abrogada sino por otra ley que prohíbe ponerla en ejecución.

El soberano de un Estado, ya sea una asamblea o un hombre, no está sujeto a las leyes civiles, ya que teniendo poder para hacer y revocar las leyes, puede, cuando guste, liberarse de esa ejecución, abrogando las leyes que le estorban y haciendo otras nuevas; por consiguiente, era libre desde antes. En efecto, es libre aquel que puede ser libre cuando quiera. Por otro lado, tampoco es posible para nadie estar  obligado a sí mismo".

"Leviatán". Thomas Hobbes.


"Debe haber adhesión hacia la forma de gobierno que esté establecida en el país. No existe forma de gobierno, ni obra humana que sea perfecta, de esta suerte, debemos permanecer fieles al Estado que por más largo tiempo haya adoptado el pueblo. Por ello Dios toma bajo su protección a todos los gobiernos constituidos, sin parara mientes en la forma en que han sido establecidos. El que intenta derribarlos no solo es un enemigo público, sino también un enemigo de Dios.

Así pues, hemos dejado aclarado por las Escrituras que la realeza tiene su origen en la misma divinidad. Que Dios la ha ejercido directamente sobre los hombres desde el principio de los tiempos. Que este ejercicio sobrenatural y milagroso lo ha continuado sobre el pueblo de Israel hasta la época de los reyes. Que ha elegido el estado monárquico y hereditario  como el más natural y perdurable. 

Hemos visto que, por mandato de la divina Providencia, la constitución de este reino era, desde su origen, la más conforme con la voluntad de Dios, según se halla expuesta en sus Escrituras. Cada pueblo debe obedecer, como a mandato divino, al gobierno instaurado en su país, ya que Dios es un Dios de paz y quiere la tranquilidad de las cosas humanas.

El príncipe no tiene que dar cuentas a nadie de lo que ordena. Sin la autoridad absoluta no puede ni obrar el bien ni reprimir el mal. Su poder debe ser tal, que nadie pueda pensar en eludirlo. Finalmente, la única defensa de los ciudadanos contra los poderes públicos debe ser su inocencia.

La sentencia del príncipe no tiene apelación. Los juicios soberanos son atribuidos al mismo Dios. Es preciso obedecer a los príncipes como a la misma justicia, sin la cual no existe orden ni nada puede ser llevado a buen término. Los príncipes son dioses y tienen cierta participación en la independencia divina".

"Política sacada de las Sagradas Escrituras". Jacques Bossuet.

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