viernes, 22 de noviembre de 2019

Zipaquirá, los orígenes de la nueva América


En la pequeña villa de Zipaquirá, a las afueras de Bogotá, capital actual de Colombia y antaño del español Virreinato de la Nueva Granada, se firmaron en junio de 1781 unas capitulaciones, una proto-legislación local americana que a punto estuvieron de poner en jaque la soberanía española en la zona, y que fueron fruto de una poderosa rebelión, la de los comuneros neogranadinos, que pusieron las bases y los orígenes de esa nueva América que pocas décadas después, y de la mano de Simón Bolívar, se emanciparía de la corona española.

La chispa que prende la llama es un aumento de los impuestos y las reformas fiscales. Los antecedentes de esta crisis económica nacen de nuevos impuestos o monopolios, o de su incremento, algo que va a afectar los criollos comerciantes enriquecidos tanto como a las clases populares que ven como los productos se van a encarecer. Estas nuevas medidas se originan en una política innovadora que trae la cúpula del imperio colonial español. 

Con el cambio de dinastía  y la subida al trono español de los Borbones de la mano de Felipe V, se introducen cambios de tipo económico-administrativo en el territorio colonial americano, lo que se conoció como las “Reformas Borbónicas”, que se caracterizó por; la creación de nuevos Virreinatos (este de Nueva Granada y el de Río de la Plata), el refuerzo de los monopolios regios sobre el aguardiente y el tabaco (considerados básicos en el comercio colonial) y el incremento de impuestos como el de alcabala (impuesto a las ventas), el de armada de barlovento ( impuesto a las ventas de artículos básicos como el algodón e hilo para sostener los enormes costos de la armada militar contra la piratería), o el quinto real ( impuesto establecido por la Corona sobre la extracción de metales preciosos, principalmente el oro y la plata).

Estos impuestos fueron establecidos por el Visitador Real Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres, y será la chispa que estalle la llama de la indignación, y blanco de las iras y las críticas de la población neogranadina.  El 16 de marzo de 1781, la rebelión estalló en el Socorro, cuando la cigarrera y tendera Manuela Beltrán rompió el edicto referente a las nuevas contribuciones, a los gritos de “Viva el Rey y muera el mal gobierno. No queremos pagar la armada de Barlovento”. Este acto es rápidamente respaldado por la multitud congregada, que inicialmente eran los pobres de la ciudad, aquellos que se veían más perjudicados por el aumento de las tasas de los productos, y junto con el apoyo de la pequeña burguesía local (comerciantes, carniceros, pequeños agricultores) la rebelión se fue forjando poco a poco.

No obstante, rápidamente el alcance de las reformas borbónicas y la presión social logró que algunos hombres de prestigio se comprometieran en ella y, poco a poco fueran tomando ellos el liderazgo político y militar de la rebelión, desplazando a sus protagonistas originales. Como general de los insurrectos fue elegido el criollo y notable local Juan Francisco Berbeo. Para hacer frente al poder español, los insurrectos organizan un ejército de diversa composición, desde criollos como Berbeo hasta mestizos como el líder indígena Ambrosio Pisco, o el mestizo radical José Antonio Galán, que atrajo la confianza para la rebelión no solo de mestizos, si no de los pobres.

Rápidamente y tras la conformación del ejército neogranadino, se plantea marchar militarmente a la capital del virreinato, Santa Fe de Bogotá. De esta forma un poderoso ejército comunero marcha en dirección Bogotá, y ya para mayo-junio de 1781 se encontraban instalados militarmente en las minas de sal de Zipaquirá, situada a 2650 metros sobre el nivel del mar y a tan sólo 47 kilómetros y un día de distancia de Bogotá. Para estas negociaciones con los comuneros se nombró al Arzobispo de Bogotá  Antonio Caballero y Góngora como principal negociador de los españoles. Para las negociaciones con los españoles, los comuneros nombraron a su dirigente, Berbeo, que rápidamente entregó a Caballero las propuestas comuneras en forma de las ya célebremente conocidas “Capitulaciones de Zipaquirá”, con 36 puntos que fueron el programa máximo y las exigencias de los comuneros.

Una de las cosas significativas de las Capitulaciones de Zipaquirá es que, a pesar de no romper con el poder español, si podemos considerarlas como una legislación propia, como una legislación de los neogranadinos para los neogranadinos, un texto, pues, propiamente americano, los orígenes de la nueva América aún difusa que se estaba dibujando.

Entre otros, los puntos destacados del documento fueron:

-Abolición de los impuestos de la Armada de Barlovento (1).

-Abolición del estanco de tabaco (6).

-La rebaja del impuesto de alcabala (9).

-Restablecimiento del aguardiente, la sal, el papel sellado, la pólvora, y correos (4, 8,11,14,16,27).

-Derechos y mejores tratos para los indios (7, 14).

-La preferencia para los americanos en los empleos de primera y segunda categoría (21).

-El mantenimiento del ejército comunero (18).

-Expulsión del visitador Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres (17).

-Perdón y amnistía general (36).

Como vemos, fueron medidas que en ese momento reclamaban todos los estamentos sociales americanos, fruto de una situación de injusticia económica y de desigualdad política y social, que los comuneros neogranadinos exigían que fueran reparadas y revisadas. Los comuneros, pues, creían haber vencido a los españoles al haber obtenido de estos un supuesto compromiso con el acuerdo, tras lo cual Berbeo cometió el gran error de fiarse de las palabras de las autoridades coloniales y ordenar la dispersión del potentísimo ejército comunero, ya que su presencia a las puertas de la capital obligaban a un compromiso total.

Ello generó un fuerte descontento social entre las capas más radicalizadas y humildes del movimiento insurrecto que, dirigido por el líder rebelde Galán, se pasó varios meses luchando y sublevando a los pobres, esclavos e indios del valle del Magdalena, siendo posteriormente apresado y ejecutado en febrero de 1782.

Tras ello, el Virrey Manuel Antonio Flórez, que ya había rechazado los pactos de Zipaquirá con los comuneros en el mismo momento de su firma en verano de ese mismo año, termina de darle la puntilla final, rechaza definitivamente las Capitulaciones, volviendo al orden previo, si bien como afirma Rigoberto Rueda, "..ya  como  virrey-arzobispo,  Caballero  y  Góngora concedió,  el 7 de agosto de 1782, un perdón general a los involucrados en la insurrección". No obstante, lo firmado en Zipaquirá quedaría en el consciente colectivo local y sus lecciones, que no fueron olvidadas, no tardarían muchos años en reaparecer para quebrar, ya para siempre, el poder español.

Fuentes;

-Archivo histórico de la Biblioteca Nacional de Colombia.

-Briceño, Manuel. "Los Comuneros".

-Ocampo, Javier.  “Historia básica de Colombia”.

-Rueda Santos, Rigoberto: “La rebelión de los comuneros”. Huellas digitales, Biblioteca Nacional de Colombia.

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