lunes, 2 de diciembre de 2019

El congreso de la transición del PSOE


En 1979, hace ahora 40 años, se produjo uno de los congresos más importantes para la historia del PSOE. Un congreso celebrado en pleno apogeo de la transición española y que marcó, a su vez, una transición ideológica en el seno del propio partido. Un congreso que marcaba la línea fronteriza entre la vieja ideología marxista del partido para pasar a ser, de la mano de Felipe González y Alfonso Guerra un moderno partido socialdemócrata y de gobierno que se acabaría convirtiendo en uno de los dos pilares del bipartidismo y del llamado régimen o sistema del 78.

El PCE había ya dado cambios y pasos fundamentales para convertirse en un partido “aceptable” para el sistema democrático liberal, pero estaba demasiado estigmatizado por 40 años de régimen franquista. Para ello, había que buscar otro partido, de la izquierda, más moderado, pero con cierto respeto entre la oposición democrática, dispuesto, además, a aceptar ejercer el papel de sostén del nuevo régimen monárquico junto con los reformistas de derechas, y para eso se fijó la atención en el viejo, clásico y mítico partido referencial de la izquierda moderada española: el PSOE.

El PSOE sería deliberadamente usado dentro y fuera del partido para ejercer el papel de co-pilar del régimen bipartidista y muro de contención de la izquierda rupturista, y tuvo en su Congreso de 1979 el punto de inflexión que, al igual que AP, lo convirtió de un partido hostil al régimen monárquico-liberal, a uno de sus dos pilares fundamentales. En este XXVIII Congreso del PSOE, celebrado en mayo de 1979, y su réplica en septiembre de ese mismo año, se produjo el definitivo abandono del marxismo como ideología del partido, sin duda alguna uno de los elementos claves que marcaron el devenir de los acontecimientos durante el periodo de la llamada transición política española, y clave para convertir al PSOE en el partido actual y fundamento del régimen vigente.

Con este congreso, se produce definitivamente el proceso de cambio político e ideológico, y definitivamente se consumaba una ruptura clara con respecto a las bases ideológicas que habían venido marcando la trayectoria ideológica del partido socialista desde que fuera fundado por Pablo Iglesias 100 años antes. Sin embargo, esta situación política de finales de los años 70 era la culminación definitiva de una evolución política que se había venido dando dentro del partido socialista durante las décadas anteriores del siglo XX y muy especialmente después de la desaparición de su fundador en los años 20.

Así, ya durante el periodo de la II República se habían afianzado dentro del partido posiciones más moderadas, lideradas entre otros por Julián Besteiro, presidente del Congreso de los Diputados en la época de 1931-1933, y posteriormente partícipe del Consejo Nacional de Defensa que, en 1939, trató de negociar con Franco una rendición del bando republicano. Célebre en esta línea también fue el caso de Indalecio Prieto, quien fuera Ministro de Hacienda, Obras Públicas, Marina y Defensa en el periodo republicano, y protagonista de los primeros contactos con la oposición monárquica de Juan de Borbón a finales de los años 40 en el exilio y que siempre mostró tendencias moderadas, en oposición con el ala más izquierdista del partido representada en esa época por Juan Negrín o Francisco Largo Caballero.

Esta línea moderada se reforzó con el tiempo durante la dictadura franquista, con la llegada al partido de la nueva generación de jóvenes en el interior del estado español (el llamado “sector renovador o del interior”) que durante esos años irían tomando posiciones para dar el cambio ideológico de los años 70, como fue el caso de Felipe González, Alfonso Guerra o Javier Solana, en el partido y Nicolás Redondo en la UGT,  frente a la tendencia izquierdista del exilio (el llamado “sector histórico o del exterior”) liderado por aquel entonces por Rodolfo Llopis. Pronto, las diferencias ideológicas entre ambas tendencias se harían notar y estallarían poco después. Aquí, además, esta línea renovadora del PSOE de los años 70 tenía ya a grandes referentes ideológicos europeos, como un ejemplo político en esta época.

Así, en la República Federal Alemana (RFA), el Partido Socialdemócrata (SPD) volvió a la normalidad política después de la guerra mundial y trato de afianzarse nuevamente como un partido de masas, respetando la legalidad del bloque occidental. En el “Programa de Bad Godesberg” de 1959, el SPD abandonó oficialmente los principios marxistas y, tras un período en el que se opuso a la entrada en la OTAN, se convirtió en uno de sus principales valedores, liderando el partido ya desde los años 50, entre otros por el entonces alcalde de Berlín occidental y futuro Canciller y presidente de la Internacional Socialista, Willy Brandt, amigo personal de Felipe González, el cual ofreció apoyo político internacional y grandes sumas de dinero al sector renovador y al proceso de cambio ideológico de este, en el seno del mayor partido de la oposición en aquel momento inicial, hecho que sería fundamental para explicar el éxito de este proceso.

También a finales de los años 70, el PSOE iba a encontrar un referente político mucho más cercano dentro de las fronteras españolas y dentro del movimiento político de la izquierda a la hora de dar el definitivo paso de cambio ideológico de 1979. En España, el PSOE no era el primero en experimentar estos cambios. Ese referente no era otro que el Partido Comunista de España (PCE). Ya durante los últimos años del franquismo, en 1974 y 1975, el PCE de Santiago Carrillo se desmarcó claramente de la oposición más radical, a favor de tendencias mucho más moderadas y pactistas con el régimen político.

Desde 1942, el bloque moderado del partido liderado por la coalición entre Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo se hace con todo el poder del PCE, beneficiados por la desaparición forzada o retirada de los otros grandes líderes del partido que le rivalizaban en el poder (Joan Comorera, Jesús Monzón, Heriberto Quiñones, Gabriel Trilla, Luis Montero, Jesús Hernández, Julián Grimau, Juan Modesto, Enrique Líster.. ...), e inician, sobre todo a partir de la subida al poder de Carrillo en 1960, la llamada “política de la reconciliación nacional”, tendente a abandonar toda posición revolucionaria y tratar de pactar con las élites franquistas un espacio político en el régimen.

Posteriormente, y una vez desaparecido Franco, Carrillo había ofrecido garantías de moderación de sus militantes, así como la aceptación del régimen monárquico y de la bandera nacional. Poco después, en marzo de 1977, en una reunión celebrada en Madrid con la asistencia de Georges Marchais (PCF) y Enrico Berlinguer (PCI), Carrillo presenta de forma oficial el “movimiento eurocomunista”  al que se adhiere el PCE en el cual se condena de facto a la URSS, y se aceptan los regímenes occidentales, renunciado ya clara y abiertamente a la vía revolucionaria, que había sido clave desde la fundación del partido en 1921, siendo apoyado en el terreno sindical por su aliado Marcelino Camacho que en CCOO lleva a cabo la misma política.

Con estos diversos ejemplos de dentro y fuera del estado español, la línea renovadora emprendió su lucha interna en el seno del PSOE para conseguir llevar también al partido hacia postulados políticos más moderados. Así pues, las diferencias internas en el seno del partido entre los sectores renovadores del interior liderados por Felipe González frente a la dirección izquierdista del exilio, estallaron definitivamente en agosto de 1972, cuando se produce la ruptura en dos el partido y el abandono de la línea histórica liderada por Rodolfo Llopis, el cual se escinde para fundar el PSOE-Histórico (PSOE-H, futuro PASOC, que se integraría en IU y hoy desaparecido).

Posteriormente, en 1976, la Internacional Socialista que dirigía entonces el líder socialdemócrata alemán Willy Brandt, amigo personal de Felipe González, reconocía al PSOE oficial de los renovadores como el único referente del movimiento socialista español, lo cual supuso el asentamiento definitivo, al menos a nivel internacional, de todo este proceso político que se había iniciado algunos años antes, y un golpe mortal para el sector Histórico de Llopis, que se veía así marginado y apartado por sus aliados internacionales. 

Sin embargo, una vez introducidos los primeros pasos políticos a nivel nacional e internacional, el ala renovadora tenía todavía el objetivo del cambio político e ideológico en el seno del propio partido. Estas posiciones renovadoras empezaron a ganar peso en el famoso Congreso de Suresnes en 1974, donde se erige como líder de esta facción al renovador Felipe González, nombrado secretario general y preparando ya el camino para la eliminación de la ideología y el proyecto marxista de los estatutos y principios del partido, y su adaptación en una opción de masas dentro del sistema político español.

Algunos autores, de entre los cuales destaca el escritor e investigador Alfredo Grimaldos en su libro “La CIA en España” sostienen que todo este entramado político, y especialmente el Congreso de 1974 fue preparado por la línea de Felipe con la protección, e incluso con la escolta física y personal de miembros del SECED como forma de garantizar el proceso de división interna. Así lo expresa el propio Grimaldos en una entrevista sobre el tema realizada por mí cuando afirma que:

“El nuevo PSOE se lo inventan en Suresnes los servicios de información. En mi libro “La CIA en España”, relato como el propio SECED, el servicio de información de Carrero Blanco, bajo el auspicio de la CIA y con el apoyo económico de la socialdemocracia alemana monta todo ese tinglado, y es el SECED el que escolta al propio F. González hasta Suresnes para que se haga con los mandos. Los agentes del SECED dicen que, el que mejor entendió lo que era la transición fue F. González. Claro, lo entendió tan perfectamente que el año 1982 llegó a ser Presidente del Gobierno”. 

A este respecto, Grimaldos es muy claro en el papel que tuvo el PSOE por ser tutelado y controlado por los servicios de espionaje nacionales e internacionales para colocarlo como un elemento dócil y útil para una transición controlada. Y no solamente por parte del SECED español, sino también de los servicios secretos americanos que en todo momento pilotaron el proceso de transición según afirma el autor que, nuevamente, nos comenta:

“La CIA por simplificar tutela el proceso de transición, prepara la pre transición y tutela la transición. En mi libro relato una anécdota cuando llega a España  el 2 de octubre de 1970 el Presidente de EE.UU. Richard Nixon, que se encuentra con un Franco muy perjudicado y deteriorado, que se duerme en mitad de la reunión entre ambos, y que, a pesar de todo, tranquiliza al presidente estadounidense sobre el futuro del país. 

A pesar de ello, Nixon  vuelve preocupado de su viaje por la situación de Franco y la consiguiente posibilidad de un desequilibrio político en la Península Ibérica (hay que recordar que este viaje se produce antes de la Revolución de los Claveles de 1974 en Portugal) y para ello contacta en EE.UU. con el general Vernon Walters (oficial del Ejército de EE.UU., diplomático, y ex director adjunto de la CIA), que era especialista en esta zona geoestratégica del mundo y que conocía el idioma español por sus veraneos aquí. 

En ese momento, Nixon encarga a Walters venir a España con la excusa de unas vacaciones y se entrevista con Franco, para sondear el estado de salud del dictador, que se da cuenta y le pregunta si realmente había venido a investigar qué es lo que iba a pasar “cuando esta capitanía llegara a faltar” (la muerte de franco), según el estilo que tenía de hablar Franco, y entonces le asegura Franco que “aquí en España se ha creado una clase media de colchón, y que todo está atado y bien atado con el ejército apoyando a Juan Carlos”. 

Sin embargo, Walters se marcha muy poco convencido de esa reunión, y Franco le propone, para su tranquilidad, que antes de marcharse hablara con el Almirante Luis Carrero Blanco, para coordinar acciones de inteligencia entre ambos países, y Walters habla, según sus memorias “Silent Missions”, con generales españoles amigos suyos  que estaban comprados y a sueldo por los EEUU, y todos le dicen que iban a apoyar a Juan Carlos como sucesor de Franco. 

Posteriormente, Carreo Blanco, para mayor tranquilidad de Walters, acuerda coordinar una estrategia común entre el SECED y la CIA.  Fruto de esos acuerdos de coordinación es un viaje y una reunión que protagoniza Manuel Fernández-Monzón, en nombre del SECED al Pentágono en Washington, y que él mismo cuenta personalmente, en la cual un General del Ejercito de los EE.UU. conduce a Monzón a una sala con un Mapamundi de grandes proporciones en mitad de ella y le dice: “¿Qué ve usted ahí mi capitán?”. 

A lo que Monzón espeta “un Mapamundi”. “Pero fíjese en el centro del mapa Monzón, ¿Que ve usted en el centro del Mapa mundial?, contesta el militar americano. Monzón vio que en el centro estaba la Península Ibérica, por lo que el militar español le responde, “Pues la península ibérica”, y es entonces cuando el militar estadounidense le dió una palmada en la espalda y le dijo: “Pues por eso está usted aquí mi capitán”. 

Esta anécdota ilustra toda esta relación e interés de los servicios secretos y de EEUU en la transición y en controlar a España. Ellos lo tutelan todo, desde la toma del sector felipista en el Congreso de Suresnes, hasta la formación a Javier Solana con becas en EEUU, o controlando a altos cargos del PSOE, como Enrique Múgica Herzog, quien aparecía en los organigramas de la Brigada Anti golpe después de 1981 como enlace de la CIA y el Mossad, por su origen judío”. 

Sin embargo, este proceso de cambio político iba a tener que esperar tiempo aún, ya que en el XXVII Congreso del PSOE en 1976 (todavía ilegales), si bien Felipe González era reelegido secretario del partido, este no podía evitar que la mayoría se definiese, según aparece en la resolución y los estatutos, como un “partido de masas y marxista para lograr el objetivo final de una sociedad sin clases y la desaparición del estado”, sin duda alguna, influenciados por los movimientos sociales acaecidos en los años 60 y 70.

Sin embargo, la posición política del partido no acompañaba al optimismo político de sus militantes y eso se tradujo en las elecciones de marzo de 1979, cuando el PSOE volvió a ser derrotado por la UCD (como ya ocurriera en 1977) de forma que el descontento interno en el seno del partido se hacía ya latente.

Así, ya desde 1976 y especialmente desde marzo de 1979, Felipe González amenazó a las bases del PSOE con dimitir si no se eliminaba al marxismo como ideología política, presentando este posicionamiento ideológico como la causa clara e inequívoca de las dos derrotas electorales consecutivas del partido en 1977 y 1979, aun a pesar de que una parte importante de las bases de izquierdas se encontraban en aquel momento ya fuertemente dispersas y desilusionadas por el abandono de los principios más izquierdistas de los dos referentes de izquierdas de masas del estado, el PSOE y el PCE.

A su manera, Felipe González interpretó en su beneficio político los malos resultados, dándoles la vuelta y achacándolos al “radicalismo” de la formación. Esta situación había suscitado el temor de los sectores críticos y marxistas del partido (Francisco Bustelo, Luis Gómez Llorente, Pablo Castellano, Enrique Tierno Galván…), y con este panorama de tensión interna, se inicia en mayo de 1979 su XXVIII Congreso, en el cual Felipe González critica nuevamente en su discurso inaugural la ideología del partido y donde vuelve a anunciar a la militancia su intención firme de no presentarse a las elecciones internas si no se producía una ruptura definitiva con el programa ideológico marxista, tal y como afirma en su artículo “Historia del socialismo” el investigador Francisco José Rey, quien afirma que el líder socialista declara durante esos días:

“Si alguien me dice que hacemos esto porque queremos ocho millones de votos, le diré que sí, que queremos y necesitamos ocho millones de votos. No tengo inconveniente en que se me llame socialdemócrata.” 

Sin embargo y a pesar de este posicionamiento político firme del líder de los renovadores, la mayoría de la militancia apuesta nuevamente por la línea clásica con más del 60% de apoyo, manteniendo temporalmente, pues, los principios marxistas. Aún dentro del PSOE, los pocos sectores marxistas e izquierdistas intentan desafiar a la línea reformista, como indicaba, según el texto de Rey, Pablo Castellano:

“Renunciar al marxismo significa renunciar el sentido revolucionario del partido de Pablo Iglesias” 

Un ejemplo muy obvio de esta tensión política que se vivía en el seno del PSOE en esos meses la reproduce muy bien uno de los líderes del sector marxista en este congreso, Luis Gómez Llorente, cuando el 2 de junio de 1979 afirmaba en un artículo titulado “El postcongreso del PSOE” publicado en el diario El País:

“Lo que se ha de reformar no es la ideología del PSOE, sino la sociedad española. Reformar la ideología del PSOE es un modo discreto de iniciar la renuncia a la transformación en profundidad de la sociedad. No está solo en juego la línea ideológica del partido. No solo nos movemos para evitar que el próximo congreso sea el Bad Godesberg español, también subyacen concepciones del partido diferentes. Es el problema de la democracia interna, y del qué hacer”. 

Fruto de esto, Felipe González cumple sus promesas, y presenta la inmediata dimisión del secretariado del partido y su negativa a la reelección debido a la presión del bloque marxista en el congreso, razón por la que se tiene que formar una comisión gestora hasta el próximo congreso fechado en septiembre de ese mismo año y dirigido por José Carvajal, Ramón Rubial, Carmen Bloise, Antonio Duarte y José Prat.

Así, se iniciaba desde mayo a septiembre de 1979 todo un proceso político interno en el seno del partido en el cual los renovadores de Felipe González y Alfonso Guerra tratarían de convencer a toda la militancia interna para intentar reconducir la ideología política y superar así la situación interna de división y debilidad que se había generado debido a las diferencias internas durante el último congreso mayoritario, realizando visitas y giras políticas en las diversas secciones de todo el territorio nacional durante esos cuatro meses.

En septiembre de 1979 se convocaba un Congreso Extraordinario donde se producían nuevamente las votaciones internas sobre la ideología política del partido y donde seria eliminada la referencia ideológica marxista, siendo derrotada la lista progresista liderada por Luis Gómez Llorente, Francisco Bustelo, Jerónimo Saavedra, Modesto Noya, Pablo Castellanos o Enrique Tierno Galván.

Por su parte, Felipe González seria reelegido secretario general por la mayor parte de los militantes socialistas, que, de esta forma se manifiestan masivamente favorables a la lista renovadora y moderada integrada por personalidades que, desde entonces, se harían con el protagonismo, como Alfonso Guerra, Ramón Rubial, José María Maravall, Carmen Bloise, Javier Solana, Joaquín Almunia, Enrique Múgica, Txiki Benegas, o Gregorio Peces Barba.

Para mucha gente dentro y fuera del PSOE se trataba de un auténtico “golpe de estado” dentro del partido, tal y como lo demuestra la portada de la revista Triunfo del 20 de mayo de 1978 y el artículo de Fernando López Agudín, “PSOE, golpe de estado socialdemócrata”. En el mismo, Agudín afirma que:

“Las opiniones de Barcelona, que reflejan con exactitud los deseos y reivindicaciones de los partidarios del socialismo democrático (frente a los marxistas), suponen un auténtico golpe de estado interno que intenta reorientar las posiciones ideológicas-políticas del partido aprobadas mayoritaria y democráticamente en el XXVII Congreso. 

Este asalto por el ala socialdemócrata es la verdadera motivación de fondo que se esconde tras la discusión en torno al abandono del termino marxista, lo que indica por primera vez en 99 años que el sector socialdemócrata cree estar en fuerza, dado que hasta ahora la práctica política socialdemócrata no había atentado contra los principios ideológicos de la organización fundada por un grupo de marxistas en 1879. La máxima dirección del partido, una parte de los dirigentes, el apoyo firme de la II Internacional, y una especial coyuntura del país, son los factores en los que descansa la ofensiva socialdemócrata. La elección del momento viene determinada por la doble exigencia de allanar el camino hacia el Palacio de la Moncloa, y provocar la polémica interna antes de llegar al gobierno. 

La crisis paralela de la UCD y el PCE (que saluda, sorprendentemente, el golpe socialdemócrata como clarificador) atenúa el impacto propagandístico de la lucha. En suma, el objetivo radica en impedir la aparición de una alternativa democrática que, sin salir del marco del sistema, no fuese el esquema programático del sistema. Esto es, asegurar un tipo determinado de democracia, impidiendo que pudiese nacer otro tipo. Gane quien gane, ambos sectores van a seguir luchando por imponer sus concepciones a nivel de dirección del partido”. 

Fruto de ello, ese mismo año, el sector crítico derrotado en el Congreso Extraordinario de septiembre de 1979, liderado por Luis Gómez Llorente y Pablo Castellano formaría la corriente interna “Izquierda Socialista” aun existente y reconocida como tal en el seno del PSOE, a pesar de que algunos de sus militantes, con el tiempo, pasarían a las filas de I.U. (coalición política de izquierdas, fundada entre marzo-abril de 1986 e impulsada por el P.C.E.).

El ciclo de transición en el seno de las fuerzas de la izquierda española lo protagonizó el sindicato U.G.T. en su XXX Congreso, celebrado en Madrid en abril de 1976. Sobre este trascendental Congreso daba cuenta su ex secretario general en ese momento, Nicolás Redondo, en la entrevista correspondiente dentro de la obra colectiva “Historia de la democracia. 1975-1995” de El Mundo, titulada “En el mundo sindical hubo ruptura”. En esta entrevista, Redondo afirmaba que:

“Para las libertades democráticas, el símbolo fue el XXX Congreso Confederal de la UGT, celebrado en Madrid en el mes de abril de 1976. Había muerto Franco, pero seguía el franquismo. Gobernaba Arias Navarro y nos costó lo indecible la celebración de un congreso que tuvimos que enmascararlo diciendo que se trataba de unas Jornadas Sindicales. 

Aquello fue tremendo. Centenares de personas cantaban La Internacional con el puño en alto, y rodeados por la Policía Armada. Permanentemente me decían que iban a anular el acto, que aquello era intolerable. Este acto fue decisivo en lo que ha sido la Transición, en la que hubo dos modelos: uno político, la Reforma, con mantenimiento de los aparatos del Estado, y otro, la Transición sindical, con la desmantelación total de lo que fue la organización sindical vertical”. 

En efecto, como afirma Redondo, la celebración de este congreso confederal de UGT, recién muerto Franco nada menos que en el centro de Madrid con centenares de sindicalistas socialistas y comunistas unidos, era uno de los mejores símbolos de la transición española.

Así pues, el abandono del marxismo por parte del PSOE, y la democratización y continuismo en la UGT supuso claramente, el afianzamiento de todo el proceso renovador iniciado durante la época franquista por parte del PSOE y del PCE, y potenciado tras la muerte de Franco, como una maniobra pacto con las élites del régimen para afianzar y legitimar el sistema democrático borbónico, colocando al partido, en el co-liderazgo del nuevo escenario bipartidista que empezaba ya a aclararse tras las elecciones de 1979.

Fuentes;

-Fundación Felipe González.

-Fiscer Lamelas, Guillermo. "La construcción del régimen del 78". SND Ediciones.

-Entrevista a Alfredo Grimaldos.

-Grimaldos, Alfredo. “La CIA en España”.

-Rey, Francisco José. "Historia del socialismo". En "El blog de Fran Rey".

-López Agudín, Fernando. “PSOE, golpe de estado socialdemócrata”. Revista Triunfo del 20 de mayo de 1978.

-Gómez Llorente, Luis. "El postcongreso del PSOE”. El País, 2 de junio de 1979 .

-“Historia de la democracia. 1975-1995” de El Mundo. 

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