"La democracia tiene una preferencia típica por la solución autoritaria de cuestiones importantes. Ambiciona a un tiempo el esplendor y el poder.
En casi todos los casos no es un simple reemplazo de un grupo de élites por otro, sino un proceso continuo de mezcla, donde los antiguos elementos atraen, absorben y asimilan a los nuevos de manera incesante.
Este fenómeno quizás haya sido reconocido antes, en la medida que la circulación de élites ocurría dentro de los límites de una única gran clase social y en un plano político.
Cuando los lideres, ya sean provenientes de la burguesía o de la clase trabajadora, se vinculan como empleados al organismo partidario, su interés económico coincide, por lo general, con el interés del partido. Sin embargo, esto sirve para eliminar solo en uno de sus aspectos el peligro.
Otro aspecto, más grave porque es más general, depende de la oposición que surge inevitablemente entre los líderes y la masa, cuando el partido aumenta su fuerza.
Considerado como una entidad, como una pieza de mecanismo, el partido no es forzosamente identificable con la totalidad de sus miembros, ni mucho menos con la clase a la que pertenecen.
El partido fue creado como un medio para lograr un fin. No obstante, por haberse transformado en un fin en sí mismo, con metas e intereses propios, experimenta un distanciamiento de la clase que representa, desde un punto de vista teleológico.
En un partido no es fácil que los intereses de las masas que se han combinado para constituirlo coincidan con los intereses de la burocracia, que lo representa.
Los intereses del organismo de empleados son siempre conservadores, y en una situación política dada estos intereses pueden dictar una política defensiva y aun reaccionaria".
"Los partidos políticos". Robert Michels.
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