"La bruja no solo debía sellar pacto de adoración con el demonio, también tenía que renegar de la fe católica y solía untarse con ungüentos para volar hacia el aquelarre.
Allí participaba en misas negras presididas por el diablo que podían culminar en encuentros sexuales. Se les acusaba de tratar de lograr el mal y de matar a niños para utilizar su sangre en sus nefandos actos.
Por su parte, las hechiceras nunca acudían a aquelarres, ni renegaban de su fe católica y sus actos podían tener fines benéficos. No debían rendir culto al demonio pero sí requería su ayuda para elaborar sus conjuros.
Para conseguirla debían también firmar un pacto con el demonio, pero tal hecho no les suponía subordinación de ningún tipo.
Curanderismo, sortilegios amatorios y adivinación por suertes fueron algunas de sus supersticiones más solicitadas. A pesar de la extensa práctica cotidiana de hechicería, este tipo de delito no fue de los que más interesó al Santo Oficio.
Los judaizantes y moriscos fueron la gran preocupación inquisitorial, seguida de las proposiciones heréticas. En cuarto lugar podríamos situar el pecado de superstición, pero desde luego, el número de casos enjuiciados nunca fue abrumador".
"Toleradas por la corte, acusadas por la Inquisición". Rocío Alamillos Álvarez.
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