martes, 12 de septiembre de 2023

Las emparedadas



"En las catedrales, la función meramente litúrgica se complementaba, a veces, con otras formas de religiosidad más extrema como la que ejercitaban las mujeres emparedadas. 

Las había de dos clases; las forzosas, que eran víctimas de un castigo atroz, y las voluntarias, mujeres que por devoción se retiraban del mundo para dedicarse a la contemplación de Dios. 

Este es el caso de aquellas piadosas que decidieron abandonar a su familia para recluirse en pequeños habitáculos anejos a las iglesias, conventos u oratorios donde adoptar una vida contemplativa y de mortificación. Era una forma de vivir en un estado religioso sin someterse a las reglas monásticas. 

A estas mujeres que llevaron a cabo este voto de tinieblas se las conocía como emparedadas o muradas, y su fin último era el aislamiento casi total para alcanzar el más alto grado de perfección espiritual.

Este comportamiento extremo de encierro requería habitualmente de un recinto reducidísimo, que en ocasiones llegaba a ser muy insalubre. 

Se trataba de ínfimos cubículos comunicados con el templo por medio de una ventanita a través de la cual podían seguir los oficios litúrgicos. Otra rejilla abierta hacia el exterior permitía la entrega de alimentos por parte de sus familiares o vecinos que veían en ellas auténticos modelos de santidad. 

No hay que olvidar que su encierro voluntario no lo era tanto por la salvación de su alma, sino por la de toda la comunidad. Algunas llegaron a alcanzar tal grado de admiración que se convirtieron en consejeras y sanadoras a las que se hacían encargos específicos a cambio de limosna. 

Estos favores solían ser de oraciones, pero también de hilados y artesanías. Incluso en algunas mandas testamentarias y actas capitulares estas solitarias aparecen como receptoras de importantes donaciones".


"La luz y el misterio de las catedrales". José María Pérez Peridis.

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