martes, 6 de febrero de 2024

La vida en las trincheras


 

"Para mí, la guerra significaba estruendo de proyectiles y fragmentos de acero saltando por los aires pero, por encima de todo, significaba lodo, piojos, hambre y frío

Es curioso, pero temía el frío mucho más que al enemigo. Este temor me había perseguido durante toda mi estancia en Barcelona. 

Incluso había permanecido despierto durante las noches imaginando el frío de las trincheras, las guardias en las madrugadas grises, las largas horas de centinela con un fusil helado, el barro que se deslizaba  dentro de mis botas. 

Asimismo, admito que experimentaba  una suerte de horror al contemplar a los hombres junto a quienes marchaba.

Y mientras tanto, la leña, siempre la leña. Durante todo este periodo, probablemente no haya ninguna anotación en mi diario donde no se mencione la leña, o mejor dicho, la falta de ella. 

Nos encontrábamos entre unos seiscientos y novecientos metros por encima del nivel del mar, estábamos en pleno invierno y el frío era inenarrable. La temperatura no era excepcionalmente baja, muchas noches ni siquiera helaba, y el sol invernal brillaba a menudo durante una hora al mediodía, pero se pasaba mucho frío. 

A veces soplaban vientos ululantes que nos arrancaban la gorra y nos hacían volar el cabello en todas direcciones, nieblas que se introducían en la trinchera como un líquido y parecían penetrar hasta los huesos, llovía con frecuencia y un cuarto de hora de lluvia bastaba  para que las condiciones se tornaran insoportables. 

La delgada capa de tierra por encima de la piedra no tardaba en convertirse en una pasta resbaladiza y como siempre se caminaba sobre pendiente, resultaba imposible conservar el equilibrio. 

En las noches oscuras a menudo caía media docena de veces en menos de veinte metros. Durante varios días seguidos la ropa, las botas, las mantas y las armas se quedaban embarradas. 

Yo había llevado tanta ropa de abrigo como pude, pero muchos carecían de lo esencial".


"Homenaje a Cataluña". George Orwell.

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