Dos sucesos violentos, Salamanca 1937 y Bilbao 1942, que se saldaron con sendas muertes de falangistas en disputa con la hegemonía franquista, acabarían marcando a su vez la muerte y división irreconciliable hasta 1975 entre dos formas de entender la falange; una independiente y revolucionaria, y otra subordinada y colaboradora con el régimen franquista. Una lucha, por desgracia y como ocurrió en general en esa España de posguerra, en la que cayó lo mejor que tenía la Falange en aquellos años.
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