"Para poner freno a la desintegración del grupo militar, se hace preciso regular claramente los deberes y obligaciones de cada uno, lo que se logra mediante el feudalismo, entendido como el conjunto de normas o de instituciones que fijan las relaciones entre el señor y los vasallos militares.
Actualmente, el término tiene un significado mucho más amplio, pues cuando la historia pretende ocuparse de todos los grupos humanos desde todos los puntos de vista posibles, carece de sentido cualquier intento de limitarse al estudio desde uno solo, el institucional, y de un solo grupo, el militar, olvidando además que su situación es incomprensible si se prescinde de las bases económicas y sociales en las que se fundamenta la situación privilegiada de este grupo.
Para evitar la equivocidad del término, normalmente se reserva la palabra feudalismo o feudalismo jurídico para referirse a las relaciones jurídicas dentro del grupo militar, y cuando se alude a toda la comunidad se prefiere utilizar la denominación de sociedad feudal, entendiendo por tal la que se basa en una economía de predominio agrario, con un bajo nivel de producción y comercialización".
"Alta Edad Media. De la caída del Imperio Romano a la invasión árabe", en "Historia de España". José Luis Martín.
"Sin embargo, ya en el siglo IX, en el intervalo de estas aventuras anuales, en el otoño, cuando cada uno de los amigos del soberano regresaba a sus tierras y reencontraba a los hombres de su linaje, a sus concubinas, a sus esclavos y a sus protegidos, dejaban de estar bajo la influencia del rey.
No había más control; las vías de comunicación estaban cortadas. Cada uno de estos grandes señores imponía su poder despótico en las cercanías de su residencia. Ejercían su dominio sobre un campesino sumiso que no ignoraba la existencia de un rey pero que reverenciaba oscuramente bajo este nombre a un señor lejano, tan invisible como Dios.
Para todos estos campesinos, la paz y la prosperidad dependían del jefe local. Los pobres, en épocas de hambruna, encontraban algunos manojos de granos a la entrada de los graneros del señor. Llegó pues un día, en que los reyes ya no fueron conquistadores; no hubo más excursiones militares, botines y recompensas.
Sus visitas se esparcieron. Las cortes reales comenzaron poco a poco a despoblarse y el Estado se desintegró imperceptiblemente.
Su dislocación se vio acelerada en la misma época por las invasiones normandas, sarracenas y húngaras. El continente y las islas presenciaron el surgimiento de enemigos imprevistos.
Los combates ya no se realizaban lejos, fuera de las fronteras de la cristiandad, sino en su mismo seno, localmente. El ejército del rey, preparado para la agresión premeditada, tosco, lento para reunirse y para moverse, se mostraba absolutamente incapaz de resistir, de rechazar a los enemigos, de prevenir las incursiones.
En el peligro permanente que amenazaría pronto a todo el Occidente, los únicos jefes guerreros capaces de devolverle la paz fueron los pequeños príncipes de cada región.
Únicamente ellos podían hacer frente a los ataques imprevistos y reunir rápidamente a la primera alerta a todos los hombres aptos.
Únicamente ellos podían mantener en sus dominios, dotándolos de una guarnición permanente, las guaridas de la defensa, los castillos, aquellos grandes recintos en los que se refugiaban los campesinos con sus bestias.
Decididamente la seguridad no dependía del rey de estos señores. La autoridad retrocedió entonces.
En lo concreto, en la vida cotidiana, todo el prestigio y todos los poderes de facto se trasladaron a los jefes locales, a los duques y a los condes".
"La época de las catedrales". Georges Duby.
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