"Pero si es meridianamente claro que la cuantía económica de los robos cometidos por los poderosos es más elevada que la efectuada por otros grupos sociales, hay un segundo aspecto que conviene aclarar. Y es que puede demostrarse que, además de ser la clase alta la que más roba, la proporción de ladrones en ella, es muy superior a la que se da entre los pobres.
El problema, por tanto, no es solo de fuentes sino de interrogarlas con un mínimo respaldo teórico o al menos con sentido común.
Resulta sospechoso que sepamos mucho de los palacios, fortunas, tierras, títulos, limosnas y demás florituras de los ricos y, sin embargo, desconozcamos casi todo de sus delitos, mientras que con los pobres ocurre justamente al revés.
Los actos delictivos de los poderosos no suelen ser denunciados y, cuando se conocen, son tapados, no se repara en ellos y no se castigan. Lo grave, por otra parte, no es que los dirigentes y privilegiados de los siglos XVII y XVIII cometieran malversaciones o robaran dineros del erario, sino que solo excepcionalmente se les podía investigar, acusar, o sancionar, lo cual era la manifestación más evidente de la explotación con fines privados de la maquinaria gubernamental.
Las consecuencias son palmarias; solo se divulgan y sancionan los robos que quiere la clase dominante, y casi siempre recaen en vagos, vagabundos, maleantes, mendigos, malentretenidos, desocupados….es decir, en aquellos que llaman ladrones improductivos, porque con sus actos hacen que el sistema social no funcione satisfactoriamente.
En la España de los siglos XVII y XVIII, contra lo que a veces se dice, no estamos antes un Estado reforzado ni una Administración fuertemente centralizada, sino ante la realidad de un funcionamiento político que se asienta en el reparto de funciones entre los poderes públicos y los intereses privados".
"Estado débil y ladrones poderosos". Santos Madrazo.
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